Dicen que la muerte no es el final, eso dicen, pero nadie ha vuelto (que yo sepa), de tan definitivo estado. No obstante estoy de acuerdo con eso, con eso de que la muerte no es el final. No puede serlo, no debería… Yo en eso estoy de acuerdo, pues la muerte no exime a los criminales de sus delitos, ni tampoco elimina la vergüenza de nuestra Historia. Estos días hemos visto (¿con sorpresa?) cómo algunos retirados mandos de las Fuerzas Armadas hablaban sin contención de fusilar a veintiséis millones de españoles. Desean, en su vejez, recuperar ese poder que otrora tuvieron y que no fue otro que el del terror. Cuarenta años estuvieron, esos veintiséis millones de españoles de los que hablan, aprendiendo el arte del disimulo, cuarenta… Todavía después, y ya en Democracia, no puedo contar las veces que mi madre me ha dicho “de eso no se habla” o “cierra las ventanas que te van a oír”. Mi madre se crio en el miedo. Toda su juventud marcada por ser hija de un rojo y, por eso, se crio en el miedo. Mi abuelo, que estuvo esperando su muerte en el Castillo de Santa Bárbara, no fue fusilado en su momento pero murió de puro terror ante lo que se venía. Hay quien pueda tacharle de cobarde yo, sin embargo, esa cobardía la entiendo. Es, por desgracia, una cobardía que se hereda, que te persigue. “La muerte no es el final” canta Francisco Beca Casanova crucifijo en mano, mientras sueña en cómo salvar a España de su declive. “La muerte no es el final” canta, y con preocupación sujeta su cabeza mientras piensa en cómo “culturizar España”. Y es que para Beca Casanova y para otros tantos, tener una idea política diversa es motivo suficiente de disparo, porque no entienden de diálogos ni de verdades compartidas, porque sólo aceptan la dialéctica del amo y el esclavo y sueñan con resucitar, no tanto al dictador, como el privilegio de la dictadura. “La muerte no es el final” canta Beca Casanova y yo, por desgracia, estoy de acuerdo. Por desgracia… Y recuerdo aquellas palabras de Espriu, aquellas que decía; “A vegades és necessari i forçós que un home mori per un poble, però mai no ha de morir tot un poble per un home sol” Y me gustaría cantárselo a Beca Casanova, hoy que es seis de Diciembre, hoy que se celebra… la Constitución. Me gustaría cantarle esos versos de Espriu o decirle, parafraseando a Thomas Macaulay , que cualquier constitución es infinitamente mejor que un déspota. Pero en ese momento pienso, que quizás al querer culturizar a Beca Casanova, yo también ejerzo, de algún modo, el despotismo. La muerte no es el final, pienso… Y también pienso en mi abuela, y en mi abuelo, y en el miedo. Y pienso, en cómo su muerte no ha sido el final. Ni su muerte , ni la de tantos otros. La muerte no es final, tiene razón Beca Casanova, porque el terror y el odio sobreviven a la muerte.