Es de sobra conocido que la música, junto con los niños y los perros, era una de las pocas cosas que despertaba en Hitler cierta ternura: “¡Gracias a Dios!”, dijo Richard Strauss después de que Hitler accediera al poder, “¡Por fin un canciller del Reich que se interesa por el arte!” dijo el creador de Así habló Zaratustra, obra inspirada en otra obra, la del filósofo, y que ya anunciaba la muerte de Dios. Por su parte Josef Mengele silbaba una bella y ensoñadora pieza infantil de Schumann mientras seleccionaba a la víctimas para las cámaras de gas . Sí, la relación de la música con el mal ha sido objeto de estudio desde la aparición del plectro. Desde los relatos homéricos. Cuando los argonautas se acercaban a la isla de las sirenas, Orfeo utilizaba el plectro para marcar el ritmo a los remeros y proteger a los argonautas de los disonantes chillidos de los pájaros con cabeza de mujer, lo que no sabía el pobre Orfeo, era que el verdadero peligro se encontraba en el mismo plectro, en la necesidad constante de la medida, en la belleza de esa medida… Y es que la música occidental se desarrolla, desde que surge la polifonía, como una lucha de la consonancia por aplacar la disonancia. Y es en esa propia lucha por el orden donde subyace el desorden. Si aceptamos que el desarrollo de la música corre en paralelo con el desarrollo de nuestra historia, podemos afirmar que es, el nuestro, un desorden endémico. Y siguiendo con nuestra música, o con nuestra historia, quizás convenga mencionar que a ese “desorden” musical, a esa disonancia que no pudieron afinar, la llamaron en su día Diábolus in música, porque creían que el Diablo se escondía entre los sonidos que no comprendían. Así que crearon diversos sistemas de afinación para silenciar lo que no podían entender, para taparse los oídos a la evidencia, como ya hicieran los argonautas con los cantos de las sirenas. ¿Qué es el Clave bien temperado de Bach sino el deseo de establecer un orden a toda a costa? Cuando en 1747 Johan Sebastian Bach visita junto a su hijo la corte de Federico el Grande no se imagina el compositor las consecuencias que van a derivar de este “casual” encuentro. Tenemos en el mismo escenario al padre de la nación alemana, unificador del territorio mediante el reino de Prusia, junto al padre de la música alemana, unificador de las músicas francesas e italianas. Desde entonces música y nación van de la mano. Bach le entrega a Federico una Ofrenda musical, ofrenda basada en el ideal, y ese ideal que proclama Bach se va a convertir en canon, igual que Federico y el propio Bach se van a convertir en canon para el nazismo, igual que el nazismo va a a ser el canon que regirá fascismo y franquismo. Sí, música y nación van de la mano. ¿Hasta qué punto no fueron los celos profesionales de Wagner por Giacomo Meyerbeer los que le llevaron a escribir El judaísmo en la música? ¿Hasta qué punto ese panfleto antisemita influyó en la sociedad e irrumpió para resquebrajar un difícil consenso social? Pero… ¿a quién no se le humedecen los ojos al escuchar la belleza de la muerte de Isolda? No, no sabía el pobre Orfeo, cuando acallaba los gritos de los pájaros, que el mal se encontraba en la belleza ordenada de su plectro. En la supremacía de la estética frente a la ética. Quizás por eso Messiaen pensaba que los pájaros eran los músicos más grandes del planeta, testigos naturales de la musicalidad absoluta… Imagino a Messiaen componiendo El cuarteto para el fin de los tiempos en un campo de concentración, imagino a Messiaen tocando su pieza en el mismo abismo frente a sus opresores… Y mientras Messiaen tocaba pensaba en los pájaros… La música animal que se opone a la bella mesura de la música órfica. Los pájaros maestros… de los hombres…