Cuenta la historia que Nietzsche paseaba por la Piazza Carignano el 3 de Enero de 1889, en Turín, cuando vio a un cochero fustigar a su caballo que no quería moverse. Ese día, como tantos otros, Friedrich Nietzsche salió de su casa en el número 6 de la Vía Carlo Alberto, pero tras su encuentro con el caballo, nunca más volvería; al menos, no volvería la persona que conocían sus familiares y amigos. Sí, hay experiencias que no caben en las palabras, experiencias de no retorno y ese día, mientras Nietzsche observaba cada uno de los latigazos sobre el cuerpo del animal, Nietzsche se fue alejando más y más de los hombres, de lo que consideramos “humano”. Ese día, Nietzsche comenzaría un proceso de pérdida del habla que lo llevaría a un estado casi vegetativo hasta su muerte, once años después, el 25 de agosto de 1900. Cuenta la historia que Nietzsche se abrazó al caballo, para protegerlo de los azotes de su amo, se abrazó al caballo… y lloró. Tras esto, hay quienes hablan de locura, de enfermedad; otros afirman que Nietzsche se entregó plenamente a su filosofía. Nunca lo sabremos, nunca podremos acercarnos al abismo que el pensamiento de Nietzsche abrió aquel día, porque Nietzsche… perdió el habla. Las últimas palabras que Nietzsche pronunció, al menos las últimas palabras en voz alta fueron: “Madre, soy un tonto” ¿Qué fue lo que comprendió Nietzsche en ese momento?, me pregunto, ¿qué le llevó a decir esas palabras? “Madre, soy un tonto”… A las puertas de la muerte, son muchos los hombres que sollozan el nombre de su madre, y sin duda Nietzsche murió aquel día, al menos el Nietzsche que era, el de antes… En sus últimos apuntes y cartas, Nietzsche firma como César, Dionisos, o El Crucificado. En ese estado de disolución de su conciencia, Nietzsche se aleja más y más de sí mismo. “Después de haberme descubierto no ha sido difícil llegar hasta mí, ahora la dificultad consiste en librarse de mí”, eso dice en una de sus últimas cartas, ¿Nietzsche? ¿Qué le enseñó el caballo aquel día? me pregunto, ¿qué fue lo que le enseñó el caballo? Supongo que una pregunta similar se hizo el cineasta húngaro Béla Tarr, quien utiliza esta anécdota para abrir su película El caballo de Turín, en la que, al igual que Nietzsche, va a elegir el camino de la animalidad frente al camino del raciocinio, el raciocinio, conquista… de los hombres. Una conquista sustentada sobre la base de la guerra y las revoluciones sangrientas, una conquista que sólo puede llevarnos al Fin de la Historia, al final de los tiempos. Algo que es visto en su momento con optimismo por algunos, entre ellos Kojève, quien consideraba que al final de la Historia los hombres recuperarían la animalidad perdida y ya no necesitarían regirse por la dialéctica del amo y el esclavo. Kojève creía que si el hombre devenía nuevamente en animal, también lo serían sus artes, sus amores y sus juegos. Si el hombre devenía nuevamente en animal, podría construir sus edificios y sus obras de arte como los pájaros construyen sus nidos y las arañas tejen sus telas. Podría interpretar conciertos musicales como lo hacen las ranas y las cigarras. Podría hacer el amor… como los animales adultos. Un bonito pensamiento, el de Kojève, un bonito pensamiento…

Este extracto pertenece a la revista Piedras Lunares. Una revista científica que dirige José Checa Beltrán y que se presenta el 18 de Diciembre de 2018.  El artículo completo podrá verse en el siguiente enlace pp. 217-224: https://www.dipujaen.es/conoce-diputacion/areas-organismos-empresas/areaC/cultura/revista-piedras-lunares/